Desde hace cerca de 10 años hemos visto crecer como una bola de nieve que baja la ladera denuncias por abusos sexuales contra sacerdotes, y su eventual ocultamiento por parte de las autoridades eclesiásticas. Los Católicos hemos visto este escenario, primero con incredulidad, luego con sorpresa y mas tarde con pena e indignación.
Hasta ahora hemos visto a nuestros padres obispos defendiéndose de espaldas y reaccionando, en algunos casos en forma clara, y muchas otras de manera bastante errática frente a las denuncias. Esta actitud ha abierto flancos de ataque a la Iglesia, haciendo que la defensa de nuestra fe se haga aun mas difícil. Frente a esta situación cabe preguntarse cómo nosotros, el pueblo de Dios, debe abordar estos hechos.
La Iglesia es el cuerpo de Cristo, que es su cabeza. Jesús, al ascender al Cielo nos dejó el Espíritu Santo y a la Iglesia para que nos acompañara durante nuestra peregrinación por la tierra. Los obispos, sucesores de los apóstoles, son quienes dirigen la Iglesia, inspirados por el Espíritu y encabezados por el Obispo de Roma, a quién se le reconoce infalibilidad cuando se expresa ex-cátedra. Esta expresión clara de la doctrina choca de frente con las acusaciones de lenidad y hasta encubrimiento de abusos sexuales por parte de sacerdotes por un lado, y de falta de criterio en la expresión de los puntos de vista de la Iglesia frente a la opinión pública por otro.
Para muchos, esta situación puede crear una sensación de orfandad. La falta de padres confiables nos puede hacer perder el rumbo y el sentido de ser el pueblo de Dios unido que busca la venida de Su Reino. Estas expresiones pueden ser sentidas no sólo frente a nuestros obispos, sinó que también, y en forma particular, frente a Sacerdotes acusados de abusos cuya vida ha sido punto de referencia para el desarrollo espiritual de muchos católicos.
La pérdida de confianza del pueblo de Dios frente a sus autoridades ha sido el punto de inicio de movimientos cismáticos significativos. La reforma protestante se desarrolló en el siglo XVI a partir del descrédito del Papado por la corrupción de los sumos pontífices de la época. Sin embargo, pese a los desaciertos de los papas (sin duda con grados de culpa significativamente mayores a los que observamos en las actuaciones de nuestras autoridades hoy) la doctrina pontificia emanada de ellos nunca ha sido revisada ni cuestionada. El Espíritu actúa de manera plena, pese a las imperfecciones de los instrumentos de que se sirve.
En este estado de cosas un Católico debería actuar bajo las siguientes consideraciones.
1. ACOMPAÑAR A NUESTROS PASTORES
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos? Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente. (Corintios 1, 27-31).
El Papa y los obispos son los representantes de Cristo, cabeza de la Iglesia. Ellos pueden haber cometido pecados, como todos los hombres, pero debemos estar ciertos que su actuar está inspirado por el Espíritu. No debemos desanimarnos frente a algún desacierto. Si sabemos de aluna situación pecaminosa en que alguno de ellos pueda estar directa o indirectamente involucrado, debemos hacerla saber por canales apropiados. Al respecto hay que distinguir claramente entre discreción, secretismo y ocultamiento o encubrimiento. No debemos olvidar que la Iglesia somos todos.
La acción del Espíritu mueve a la Iglesia, y en ella debemos confiar. No debemos crear un ambiente de desconfianza. Un sacerdote me confidenciaba que él nunca recibía a puertas cerrada a un menor por el riesgo de malas interpretaciones o eventualmente, incluso de posibles denuncias infundadas por parte de algunos. La gravedad de la situación no debe dejar que olvidemos que somos parte de un cuerpo único en busca del Reino guiado por nuestros pastores.
2. ACOMPAÑAR A LAS VICTIMAS
Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los profetas. (Lucas 6, 22-23).
El dolor que nos producen los abusos no deben hacernos olvidar que las víctimas son los que mas han sufrido por esos pecados. No sólo no debemos apuntarlos con el dedo, sinó que debemos tratar de acercarnos a ellos como primeros depositarios de las bienaventuranzas. Quienes alcen acusaciones deben ser tratados con respeto, por mucho amor que podamos sentir contra el acusado. Toda acusación debe ser corroborada, pero también toda persona que reclame por considerar sus derechos debe ser escuchada. Tal como la caída de un sacerdote no representa a todo el clero, un falso acusador desenmascarado (que seguro los habrá) no debe hacer recaer la culpa sobre todos los demás.
Es nuestra obligación, como hijos de la Iglesia, hacer que todos los damnificados por la acción de sus autoridades recuperen la fe en ella y en Cristo que salva. Así lo solicita el Papa en su Carta Pastoral a los Obispos de Irlanda cuando las invita a las víctimas a acercarse a una Iglesia purificada por la penitencia y renovada en la caridad pastoral. Esa penitencia y renovación son demandas que deben urgir, en primer lugar, a los dignatarios de la Iglesia, pero también a todo el pueblo de Dios.
3. ACOMPAÑAR AL ACUSADO
No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. (Lucas 6, 37).
Hemos conocido a sacerdotes abusadores. A lo mejor alguno de ellos celebró nuestro matrimonio, bautizó a nuestros hijos, estuvo en nuestras casas. Es muy posible que pasemos del cariño a la persona que estuvo tan cerca de nosotros en momentos importantes, a un desprecio fruto del desengaño. Sin embargo Dios nos llama a acercarnos a quien ha caído. El perdón viene de la experiencia de sabernos nosotros mismos pecadores.
El estigma cae con celeridad frente al que sufre alguna acusación. No debemos apresurarnos ni con la condena ni con la absolución. Acompañar a nuestros amigos, sin juzgarlos es la única actitud plausible. Este acompañamiento debe ser seguido también de una motivación a la colaboración para el esclarecimiento de los hechos, un examen de conciencia del acusado, y el asumir las responsabilidades que le puedan competer, tal como le recuerda el Papa a los Obispos de Irlanda. Sin duda, nuestro acompañamiento al sacerdote caído puede ser una ayuda para que este pueda asumir las consecuencias de su falta.
Sin embargo nuestra actitud fraterna no reduce un ápice las potestades disciplinarias de las autoridades civiles y eclesiásticas, que se deben ejercer por dolorosas que ellos sean.
4. HUMILDAD FRENTE A LA OPINION PUBLICA
¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? (Lucas 6, 41).
Los católicos debemos dejar de lado la tentación de sentirnos superiores como depositarios de la verdad revelada. La fe es un don que nos regala el Espíritu Santo. No somos Católicos por ser mas virtuosos, sinó por que El nos lo ha donado, pese a nuestros defectos e imperfecciones. Como depositarios de este don, debemos ofrecerlo con humildad y respeto a los demás.
Nunca debemos responder a las acusaciones con mas acusaciones. A los ataques con mas ataques. Recordemos al Padre Hurtado: “Que haría Jesús en mi lugar”, y recordemos que El sufrió el mas injusto de todos los enjuiciamientos por la salvación de todos nosotros.
Finalizando quisiera recordar las palabras del Papa a los fieles de Irlanda: 13. Queridos hermanos y hermanas en Cristo, profundamente preocupado por todos vosotros en este momento de dolor, en que la fragilidad de la condición humana se revela tan claramente, os he querido ofrecer estas palabras de aliento y apoyo. Espero que las aceptéis como un signo de mi cercanía espiritual y de mi confianza en vuestra capacidad de afrontar los retos del momento actual, recurriendo, como fuente de renovada inspiración y fortaleza, a las nobles tradiciones de Irlanda de fidelidad al Evangelio, perseverancia en la fe y determinación en la búsqueda de la santidad. Juntamente con todos vosotros, oro con insistencia para que, con la gracia de Dios, se curen las heridas infligidas a tantas personas y familias, y para que la Iglesia en Irlanda experimente una época de renacimiento y renovación espiritual. Estas palabras resuenan en nuestros oídos por un eco que las hace aplicables a toda la Iglesia universal.
ASG
Abril 2010
Muchas veces nos olvidamos que nuestros sacerdotes son SERES HUMANOS, son HOMBRES al igual que nosotros, por lo que están llenos de defectos y de muchas virtudes. Lo que no debemos olvidar es que nuestra iglesia es nuestro "Señor" y él con su gracia y nosotros con nuestra Fe y con nuestra perseverancia debemos seguir adelante y no apuntar a la Iglesia ya que apuntamos a Dios, a su hijo Jesús, el que fue humillado, traicionado, golpeado y pidió perdón por todos nosotros. Como hermanos no debemos abandonar a las víctimas, no debemos causarles la sensación de lejanía, al contrario acojámoslas en nuestros corazones, en nuestros hogares, tomémoslas de la mano y ayudémoslas a que se reintegren a nuestra sociedad, la verguenza, la impotencia, la frajilidda con la que quedan es la que debemos de aminorar. Recordemos que nuestro Señor siempre está con nosotros.
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