En los años 80, junto a la creciente ola de protestas a la dictadura de Pinochet, se hizo famoso el concepto de “apagón cultural”. El desarrollo de la televisión, junto al toque de queda y al exilio de muchos agentes culturales redujo significativamente la oferta cultural en el país. El cine nacional era prácticamente inexistente, el teatro estaba lejos del gran público y se alegaba una disminución significativa en los hábitos de lectura.
La participación activa de un número significativo de artistas en las campañas contra el régimen, y particularmente en las elecciones que precedieron al gobierno de Aylwin, generó en el ethos concertacionista una sensación de deuda hacia el mundo cultural. Pinochet había descuidado el desarrollo espiritual del pueblo, lo que obligaba a políticas activas para el desarrollo de las artes y la cultura.
La participación estatal en el desarrollo cultural implicó un esquema de subsidio a la oferta. Los productores artísticos podían participar en concursos a fin de allegar recursos para sus actividades, que son subsidiadas con un aporte directo del Estado. Esto se complementa posteriormente con la acción directa del estado en la organización de eventos masivos. Finalmente también incorpora una lógica se selección estatal de contenidos a través de los maletines literarios que el estado regala a estudiantes.
Dentro de sus logros, este esquema permitió el desarrollo de la industria del cine, inexistente en Chile hasta los ’90 y ha favorecido la realización de eventos masivos. Sin embargo, también ha demostrado su ineficiencia en la obtención de resultados, al generar diversos vicios:
1. La surgimiento de una casta de agentes culturales cuya acción se centra en obtener favores estatales. Son grupos de artistas o personas ligadas a la actividad cultural cuyo modo de subsistencia es la adquisición de fondos estatales, verdaderos lobbistas de la cultura.
2. La discresionalidad en los aportes. Ligado a lo anterior hemos visto aportes estatales a manifestaciones artísticas o seudo-artísticas que representan un escaso o nulo aporte al desarrollo nacional. El fomento de la actividad fílmica, buena como actividad comercial, ha incluido subsidios a piezas comerciales de nulo aporte cultural.
3. El circo romano como distractivo de masas. El fomento de las actividades de carnavales callejeros tampoco han representado un aporte cultural. No hemos visto que surjan de ellos artistas que se proyecten en el tiempo. Se ha tratado, mas bien, de ejercicios lúdicos masivos que miran mas al lucimiento de un actor político, que al desarrollo espiritual del pueblo.
4. La Uniformidad Cultural: Vemos cada vez mas repetidas fórmulas culturales que sólo buscan el impacto mediático a través de la ruptura de cánones sin una propuesta real. El rupturismo es un concepto vacío si no hay una propuesta detrás. Junto a lo anterior, vemos que nuestros museos lucen una pobreza que no es digna del desarrollo socio-económico del país. El Teatro Municipal de Santiago debe mendigar por mantener una oferta que escasamente se acerca a la existente en tiempos del apagón cultural. Tal como señalamos, el Cine, pese a sus mejoras técnicas, deviene crecientemente en una actividad comercial con escaso interés artístico, salvo contadas excepciones.
La Concertación pagó su deuda con los agentes culturales que ayudaron a su victoria, a costa de la cultura misma.
Resulta necesario entonces volver a preguntarse cuál es el rol que debe jugar el Estado en el desarrollo cultural. Desde ya descartamos la posibilidad de que exista una cultura oficial, propia de las dictaduras. ¿Cuáles son las propuestas culturales que debe el estado apoyar?
El Marxismo propugnó que la cultura esta parte de una forma como las clases dominantes sometían al proletariado. La cultura oficial, el denominado Realismo Socialista, era la única forma válida. Connotados artistas que no se sometían a estas formas eran catalogados de pequeño burgueses y excluidos del panteón oficial, como consecuencia menor.
La socialdemocracia hereda de su progenitor una tendencia al desarrollo de las artes oficiales. La transformación de la sociedad se hará con aliados que perciben su rol político a la par que su rol artístico. Gramsci vió en la cultura un vehículo revolucionario. Los políticos ven en los artistas aliados útiles para ganar las elecciones. Esto genera una forma de clientelismo que lleva muy pronto a la recreación de la cultura oficial, bajo las formas de subsidios y aportes de diversas especies.
El pensamiento liberal, guiado por el principio de la subsidiariedad, exige que la forma de abordar la temática cultural se haga desde la perspectiva del usuario (por no decir del consumidor) de cultura. De esta manera, pensamos que un esquema de fomento de la cultura podría basarse en políticas descentralizadas como por ejemplo la entrega de vouchers a familias y estudiantes para asistir a los eventos culturales pagados que ellos prefieran, previamente seleccionados por una comisión despolitizada y pluralista, como asimismo para la libre adquisición de libros; o la entrega de subsidios a colegios públicos y subvencionados a fin de que contraten eventos culturales para sus alumnos.
Los aportes directos a eventos culturales sólo se harán en aquellos casos en que se requieran montos significativos y se refieran a exposiciones u otros eventos de categoría universalmente reconocida. Valoramos en este aspecto la importancia de los fondos para museos o bibliotecas públicas, por el efecto multiplicador que tienen en el tiempo.
De esta forma devolveríamos a la comunidad el verdadero voto para elegir la manifestación cultural que mas se adapte a sus necesidades. Quizá así, artistas alejados del círculo del poder puedan encontrar caminos para abrirse paso fuera de los círculos oficiales. Artistas outsiders como Vincent Van Gogh podrían no haber muerto en la pobreza y mas gente de su época lo podrían haber reconocido. En tiempos en que se fomenta la biodiversidad, debemos nosotros también trabajar por la culturodiversidad.
La Concertación pagó su deuda con los agentes culturales que ayudaron a su victoria, a costa de la cultura misma.
Resulta necesario entonces volver a preguntarse cuál es el rol que debe jugar el Estado en el desarrollo cultural. Desde ya descartamos la posibilidad de que exista una cultura oficial, propia de las dictaduras. ¿Cuáles son las propuestas culturales que debe el estado apoyar?
El Marxismo propugnó que la cultura esta parte de una forma como las clases dominantes sometían al proletariado. La cultura oficial, el denominado Realismo Socialista, era la única forma válida. Connotados artistas que no se sometían a estas formas eran catalogados de pequeño burgueses y excluidos del panteón oficial, como consecuencia menor.
La socialdemocracia hereda de su progenitor una tendencia al desarrollo de las artes oficiales. La transformación de la sociedad se hará con aliados que perciben su rol político a la par que su rol artístico. Gramsci vió en la cultura un vehículo revolucionario. Los políticos ven en los artistas aliados útiles para ganar las elecciones. Esto genera una forma de clientelismo que lleva muy pronto a la recreación de la cultura oficial, bajo las formas de subsidios y aportes de diversas especies.
El pensamiento liberal, guiado por el principio de la subsidiariedad, exige que la forma de abordar la temática cultural se haga desde la perspectiva del usuario (por no decir del consumidor) de cultura. De esta manera, pensamos que un esquema de fomento de la cultura podría basarse en políticas descentralizadas como por ejemplo la entrega de vouchers a familias y estudiantes para asistir a los eventos culturales pagados que ellos prefieran, previamente seleccionados por una comisión despolitizada y pluralista, como asimismo para la libre adquisición de libros; o la entrega de subsidios a colegios públicos y subvencionados a fin de que contraten eventos culturales para sus alumnos.
Los aportes directos a eventos culturales sólo se harán en aquellos casos en que se requieran montos significativos y se refieran a exposiciones u otros eventos de categoría universalmente reconocida. Valoramos en este aspecto la importancia de los fondos para museos o bibliotecas públicas, por el efecto multiplicador que tienen en el tiempo.
De esta forma devolveríamos a la comunidad el verdadero voto para elegir la manifestación cultural que mas se adapte a sus necesidades. Quizá así, artistas alejados del círculo del poder puedan encontrar caminos para abrirse paso fuera de los círculos oficiales. Artistas outsiders como Vincent Van Gogh podrían no haber muerto en la pobreza y mas gente de su época lo podrían haber reconocido. En tiempos en que se fomenta la biodiversidad, debemos nosotros también trabajar por la culturodiversidad.
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