viernes, 11 de junio de 2010

Los extraños caminos del Espíritu Santo

Este es un artículo escrito principalmente para Católicos que creen en la intervención del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. En el mostramos que la elección de Benedicto XVI ha sido clave para que ella pueda sortear los desafíos que implica el descubrimiento de las graves faltas de algunos sacerdotes y de su encubrimiento por parte de la jerarquía.

Cuando el Papa Juan Pablo II murió el año 2005 un gran vacío se sintió en el pueblo católico y en un número importante de cristianos y no cristianos. Su rol en la caída del muro de Berlín, su participación en la solución de conflictos políticos significativos, como las crisis entre Chile y Argentina de 1978, y especialmente su juventud de alma y carisma personal, expresado en sus actividades artísticas y deportivas y sus incontables viajes alrededor del mundo, conllevaron una figuración mediática y valoración popular nunca antes vista para la figura de un Papa.

Juan Pablo supo reconocer la importancia de los medios de comunicación y la modernidad. Su llamado a una Nueva Evangelización en 1992 ponía énfasis en la utilización de todos los instrumentos que ella ofrece. Sin embargo, su pensamiento también ha sido catalogado como conservador en sus contenidos. Luego de la crisis de la Iglesia post-conciliar, expresado tanto por expresiones hiper-reformistas, como algunos elementos de la Teología de la Liberación, como asimismo por movimientos involucionarios, como los Lefevristas, el potificado de Juan Pablo II se erigió como un pensamiento conservador que, inspirado en las lecciones conciliares, puso un dique de contención al reformismo y al integrismo extremo.

Los aportes teológicos de Juan Pablo II fueron importantes dentro de su largo pontificado: un aggiornamiento de la Doctrina Social de la Iglesia en vistas a los 100 años de la primera encíclica sobre el tema, cuya especial novedad fue un reconocimiento del valor del mercado, la ratificación de los valores tradicionales de la Iglesia en moral sexual y familiar, un nuevo catecismo, entre otros aportes. Su pensamiento conservador contrastaba con la imagen vital y juvenil del Papa.

Al momento de su fallecimiento, el Colegio Cardenalicio eligió como su sucesor en forma bastante rápida al Cardenal Joseph Ratzinger, hasta entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, especie de Ministro de Doctrina del Vaticano, encargado de preparar las encíclicas y demás documentos doctrinarios del Vaticano. Esta designación no fue sorpresiva. Gran parte del Colegio Cardenalicio había sido elegido por Juan Pablo II, por lo que se podía presumir que la linea conservadora de la Iglesia debía prevalecer.

Los sectores reformistas asumieron con resignación lo que vieron como una involución de la Iglesia. Muchos veíamos con reservadas dudas cómo un anciano, un intelectual de claustro universitario, iba a reemplazar a un Papa tan querido y con tanto carisma personal. Los viajes del Papa pronto se redujeron significativamente, y su doctrina se asemejó a la de su antecesor. En lo personal, y de manera absolutamente inconfesada hasta hoy, me preguntaba en aquel entonces qué es lo que el Espíritu Santo nos quería decir con la designación de quien sería Bendicto XVI.

Los Católicos creemos que es el Espíritu Santo quien ilumina a los cardenales en el Concilio. Su designación tiene origen divino y la principal consecuencia, junto con asumir la jefatura de la Iglesia, es el dar carácter infalible a sus expresiones formales en temas doctrinarios. Un mínimo de humildad implicaba asumir que, ante la sabiduría divina, había elementos que El conocía y que yo no podía comprender y que darían algún sentido a esta designación. Esta razón estaba lejos de mi comprensión.

Por supuesto, el tiempo no dió la razón a mis prejuicios. El gran desafío para la Iglesia de los últimos años han sido las crisis derivadas de la descomposición moral de parte del clero, y su eventual encubrimiento por parte de la jerarquía. Estos hechos tienen una larga data, según se ha documentado en diversas diócesis alrededor del mundo, sin embargo surgió como un tema de interés público a mediados de los '90, y explotó de manera definitiva en los últimos años, al conocerse casos que se han convertido en paradigmáticos, como es el del fundador de los legionarios de Cristo y el encubrimiento sistemático por parte del clero de Irlanda.

Estos hechos han impactado profundamente a la Iglesia, por estar vinculados a círculos que se pensaban cercanos a la fe, a baluartes del catolicismo en un mundo cada vez mas secularizado. La explosión de la crisis golpeó la linea de flotación de la Iglesia. A partir de entonces han surgido criticas sistemáticas a la tradición del celibato, al secretismo de las instituciones eclesiásticas, y se han adosado otras discusiones poco relevantes en el tema, como son la indisolubilidad del matrimonio, el sacerdocio femenino, etc. Es una época de crisis que exige cambios significativos en la Iglesia.

Sin embargo, los tiempos exigen una capacidad de discernimiento sin comparación. Este desafío exige una mano ferrea, anclada firmemente en el cimento de la Iglesia, que es Cristo, y con la vista puesta en el mundo que le toca vivir, a fin de descubrir en él los designios de Dios. El Espíritu Santo nos ha dado en nuestro Santo Padre una guía clara e inspirada, con conocimientos teológicos profundos, con la mano firme para dirigir su Iglesia, pero sin perder de vista los desafíos reales del siglo. La carta a los obispos de Irlanda es un ejemplo claro de la firme corrección paternal del pastor a sus hijos caídos. En ella no deja lugar a ambigüedades en la crítica necesaria a quienes han fallado, pero tampoco pierde la vista de sus obligaciones como guía, tanto de víctimas como victimarios. Presenta a una Iglesia inflexible respecto de sus obligaciones, pero caritativa hacia todos, especialmente para con las víctimas de los hechos de sus propios miembros. A partir de entonces ha quedado claro que la Iglesia no puede hacerse cómplice ni encubrir ninguno de estos hechos. Nunca mas podrá mirar para el lado ni podrá buscar soluciones "diplomáticas" para estos graves pecados. El Papa ha sido el primero en dar la cara por todos nosotros los católicos, y nos urge, tanto al clero como a laicos, a seguir la huella que ha marcado.

El Espíritu nos ha regalado un pastor en el que podemos creer. Damos gracias a Dios por darnos un Papa cuyo anclaje en el Evangelio con certeza nos permitirá llegar a buen puerto en la tormenta que nos rodea. Estamos ciertos que los cambios que vendrán por medio de este anciano de claustro que Dios nos ha dado como guía, serán los necesarios para que la Iglesia se proyecte en su tercer milenio de vida.

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