domingo, 22 de enero de 2012

El Marqués y el Príncipe

Me cae bien Carolos Larraín. Tipo campechano, responde a todo con la libertad de los que juegan fuerte, pero sabiendo que tiene de sobra para cubrir el riesgo. Su origen aristocrático se remonta a la colonia, donde su linaje, llamado "de los 800" por su influencia y número, dirigieron los destinos de la nación desde la trastienda, sin posicionarse en la primera fila, pero siempre con niveles de influencia significativos sobre los que están nominalmente en el poder. En otro tiempo habría llevado bien puesto un título nobiliario. No es raro entonces que el único cargo de elección popular que haya ganado nuestro cuasi marqués ha sido el de Concejal por Las Condes. Desde allí fue una piedra en el zapato para todos los alcaldes de turno, siempre de su propio sector.

Carlos Larraín es presidente de Renovación Nacional. Este partido surgió a principios de los '80 bajo el nombre de Unión Nacional, como una alternativa de derecha al gremialismo, asimilado por entonces al gobierno de Pinochet. Agrupó a sectores liberales (desde la perspectiva política, no sólo económica como los vinculados al gremialismo), pero también a sectores conservadores, hasta corporativistas, que veían con recelo a los Chicago Boys. Esta doble vertiente se mantiene hasta hoy. Una derecha liberal, principalmente santiaguina, y una conservadora, proveniente de las zonas rurales mas tradicionales y a algunos ultramontanos metropolitanos. Desde este último sector proviene el férreo control que mantiene Larraín sobre su partido, desde el cual se proyectó al Senado como reemplazo de Andrés Allamand, tras ser designado ministro de defensa por el Presidente Piñera. Paradojalmente, Allamand, fundador del partido y su primer presidente, es una figura paradigmática de la derecha liberal.

Ignacio Walker pertenece a la generación perdida de la Democracia Cristiana. Los fundadores del movimiento en Chile lo crearon como una alternativa a la derecha conservadora de mediados del siglo pasado. Se enraizó en la clase media, de donde provenían parte importante de sus líderes. La generación de Ignacio Walker corresponde a la de los hijos de estos fundadores. Llegaron al poder para detener el descenso en la adhesión al otrora partido mas grande de Chile. El Príncipe ha visto su actuar coartado por el hecho de estar situado frente a un gobierno de derecha que llegó al poder copando el centro político, y su socios de izquierda, que tironean a su coalición mas allá de las fronteras naturales de la doctrina que le es propia. 

El último presidente democratacristiano, Eduardo Frei Ruiz Tagle, dejó el poder hace 14 años, y desde entonces el partido no ha tenido ninguna figura capaz de proyectarse como presidenciable. Desde entonces la DC ha jugado en la cuerda floja. Ha sido un muro de contención para las propuestas ultristas de un sector del PPD y a propuestas alejadas de sus valores. El partido parece acomodado siendo una minoría en la Concertación. Desde allí ejerce su poder de veto y sirve de bisagra a algunas iniciativas del gobierno. Las intrigas de la corte parecen venirle bien al partido del Príncipe.

El Principe Walker y el Marqués Larraín han propuesto un nuevo sistema político para Chile. Mucho se ha hablado de que el documento que han concordado plantea cambiar el actual sistema binominal por uno proporcional corregido. La verdad que es esto no significa nada. La forma como se "corrija" la proporcionalidad puede tener muchas variables. La verdad es que el propio sistema binominal es "proporcional", sólo que considera dos candidatos electos por circunscripción. Se requiere un acuerdo con un nivel de detalle mayor para tomarlo en serio.

En lo que si se explaya el documento es en lo que denomina un sistema "semipresidencial". Considera un presidente con funciones protocolares, de defensa y relaciones internacionales; y un jefe político, Primer Ministro, que concentre la acción política. Este se elegiría por el parlamento (no se dice si uni o bicameral). Se replica fundamentalmente la experiencia francesa. Sin embargo, a diferencia de dicho país, en Chile las Relaciones Internacionales y la Defensa nunca han sido temas de debate público significativo. Todos los gobiernos, desde Allende hasta Pinochet, han mantenido una política de Estado uniforme respecto de los principales aspectos de la política internacional del país. Parece fuera de lugar tener esta figura decorativa, que en varios países ha resultado ser mas un foco de vergüenza, que alguien de verdadera utilidad en la definición de políticas públicas.

Un Primer Ministro, bajo algunos regímenes electorales proporcionales resultan ser monigotes al vaivén de inestables alianzas políticas centradas en el parlamento. Grupos minoritarios adquieren poder significativamente mayor al de su realidad electoral al actuar como bisagras frente a los bloques mayores. Algo de esto ya lo hemos visto en Chile, incluso con binominal. Los juegos de poder en la Corte pasan a reemplazar al voto popular. ¿Esta es la manera de reencantar al ciudadano con la política? ¿Será esto lo que acomoda al Marqués y al Príncipe?

El sistema binominal ya no cumple la misión para la que fue creado. Su naturaleza fue pervertida desde su origen, al incorporar pactos y subpactos que atentaban contra su esencia. La evolución política también la ha superado. Pero que esto no sirva para hacer un experimento político. En Chile hemos tenido Presidentes democráticos de diversos orígenes, pero todos probos y enfocados en el desarrollo del país. Su poder puede estar hipertrofiado, pero moderar estas facultades no implican la necesidad de barrer nuestra historia democrática de un plumazo. La democratización de la estructura interna de los partidos, la modificación del sistema de urgencias para el despacho de las leyes por el parlamento, y muchos otros ajustes podrán equilibrar el poder presidencial sin necesidad de disolver un sistema de gobierno que se ha mostrado eficaz en resolver los problemas de la ciudadanía, mal que pese a nuestros simpáticos cortesanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario